CAPÍTULO
8
LA CURIOSIDAD MATÓ AL GATO
No se me
quitaba de la cabeza lo que me había dicho Yolanda. Parecía una locura pero yo
la creía. No sabía por qué pero sabía perfectamente que Yolanda tenía sueños
premonitorios incluso antes de que ella se lo dijera.
Mi madre había
preparado un filete empanado con patatas fritas y lo más
raro de todo es que no tenía nada de hambre.
Incluso me daban arcadas solo de pensar en metérmelo en la boca. Por eso empecé
a remover el plato mientras pensaba una escusa para decirle a mi madre que me
daba angustia comer uno de mis platos favoritos.
Al final le
dije que me encontraba mal y que no tenía muchas ganas de comer. De todas
formas mi madre me obligó a tomarme la sopa de verduras que vomité en cuanto
llegué al piso de arriba.
-¿Qué me está
pasando?-me dije para mi misma.
No tenía
hambre, no tenía sed e incluso no tenía ganas de enchufar el ordenador y
conectarme al tuenti. Eso me empezó a preocupar seriamente. Yo estaba super
enganchada a las redes sociales, 5 sobre todo al tuenti, y podía pasar horas
hablando por el chat sin aburrirme ni lo más mínimo pero en ese momento solo de
pensar en estar mirando la pantalla del ordenador le daba ganas de dormirse.
Lo único que
se me ocurrió fue ponerme a hacer los ejercicios que nos habían mandado en
sociales y desear que pronto fueran las cinco y poder ir a casa de Daniel.
A los cinco
minutos empezó a dolerme la cabeza a horrores y de repente empecé a escuchar
susurros extraños en mi cabeza. No tenía ni idea de lo que esas voces me decían
pero empezaron a quitarme la paciencia.
“Lo que
faltaba. Ahora me había vuelto loca”-pensé preocupada. Mi último recurso era
que la pastilla que me acababa de tomar surgiera efecto pronto. Entonces,
cuando subí a mi habitación, se se ocurrió una idea. Cogí mi móvil, conecté mis
cascos azules y blancos, me los puse en las orejas y puso el volumen al máximo.
Esto aplacó un
poco las voces pero no hizo que se fueran del todo. Más tarde fueron
desapareciendo hasta que ya no quedó rastro de ellas.
Uno, o las
voces había sido imaginaciones mías por el dolor de cabeza.
Dos, de verdad
había escuchado aquellas voces pero se habían marchado por fin.
O tres, me
había quedado sorda por la música y ya ni siquiera escuchaba los extraños
susurros.
Gracias a
Dios, yo intentaba darme esperanzas de que fuera la opción número uno pero lo
dudaba.
Por fin mi
alarma del móvil sonó, indicándome de que había llegado la hora de prepararme
para cuando llegara Ángela. Algo me decía que Soraya no iba a llegar a tiempo.
Decidí
cambiarme de ropa. Cogí una camiseta que caía de forma que dejaba ver un
hombro. Era de color blanco roto y en el centro, con letras color negras,
estaba escrito un eslogan: Kiss me, stupid. Me gustaba mucho esa camiseta y, en
este caso, el eslogan me venía que ni pintado. Seguramente, Daniel no se daría
cuenta de mi indirecta pero por probar no pasa nada.
Casi nunca me
maquillaba los ojos pero Ángela me había dicho hace ya tiempo que con un poco
de rímel y lápiz negro podía hacer que mis ojos simplones destacaran mucho más
que unos ojos verdes o azules y, por primera vez, seguí su consejo.
Me di unos
últimos retoques y me fui a preparar mi bolso con las cosas que me llevaría
pero un minuto o dos después sonó el timbre de la puerta, que indicaba que mi
loca amiga había llegado.
Bajé las
escaleras y me despedí, con un beso rápido, de mi menuda madre y salí disparada
hacia la puerta.
Como supuse,
Soraya no se encontraba con Ángela pero, para nuestra sorpresa, esta cruzó la
esquina apresurada y se dirigió hacia nosotras.
-Lo siento por
la tardanza-dijo disculpándose-Me quedé dormida justo después de comer y, por
primera vez en la historia, debo dar gracias a mi hermano por despertarme con
sus horrorosos ensayos de batería.
-Vale. Estás
disculpada, pero ahora vamos a lo importante. ¿Has visto a Mara?-le preguntó
sorprendida-Como Daniel no se fije en ti hoy es que es homosexual.
-Tía, estás
guapísima-dijo emocionada Soraya.
Yo lo único
que hice fue sonrojarme y morirme de vergüenza por lo que lo único que se me
ocurrió decir:
-Vámonos ya que llegaremos tarde.
-Es verdad. No
debemos hacer esperar al príncipe Daniel-dijo Soraya.
-No te
preocupes que no te va a pasar como a la Cenicienta-dijo Ángela para hacer el
chiste del día-Esa ropa no desaparecerá cuando toquen las doce-en ese momento
se paró.
“Oh,
Oh”-pensé-”Qué no diga lo que creo que va a decir. Qué no diga lo que creo que
va a decir...”
-A no ser que
te la quites voluntariamente-dijo con una sonrisa malévola-¿Verdad Soraya?
Lo único que
pudo hacer Soraya fue asentir mientras se partía de risa. Luego se empezó a
reir Ángela y por último llegó Juan con cara curiosa.
-¿De qué os
reís?-preguntó intrigado pero cuando giró su rostro hacia mí su cara cambió
completamente-Wow-exclamó en voz baja- Mara estás...no sé ni cómo decirlo.
-¿Guapa?
¿Bella? ¿Atractiva?-empezaron a soltar Soraya y Ángela.
No sé cuantos
adjetivos parecidos después, llegamos a la casa de Daniel. Esa casa siempre me
había impresionado. Era grande y normalmente un poco terrorífica pero, parece
ser, que la familia de Daniel la había restaurado completamente.
Tocaron al
timbre y milésimas de segundos después la menuda figura de la hermanastra de
Daniel apareció ante nuestros ojos, como siempre, con una enorme sonrisa en su
cara.
-Hola
chicos-dijo emocionada-Mi hermano os está esperando dentro. Y de repente cogió
mi mano y me arrastró con ella al interior de la casa.
Estaba un poco
cabreada por las confianzas que se tomaba Isabella conmigo pero todos esos
sentimientos fueron cambiados por puro asombro.
Nunca pensé
que el interior de esa casa fuera tan grande. El techo de aquella habitación se
encontraba a 5 metros de altura por lo menos. Había dos estatuas de mármol que
seguramente habrían sido traídas por la familia Di’Angello directamente desde
Italia. ¡Incluso había un gran piano!
-¿Te gusta mi
casa?-dijo una voz desconocida a su oído. De repente se giró asustada
encontrándose cara a cara con un chico alto, moreno y de unos bellos ojos
azules-Perdona no me he presentado-me dijo seductoramente-Me llamo Francesco y
soy el primo de Daniel.
-Yo soy Mara
-le dije tímidamente. A continuación se acercó más a mí y me dio dos besos en
las mejillas. No podía haberme puesto más colorada –Encantada-le dije totalmente
avergonzada.
-Igualmente-me
respondió guiñándome un ojo. Poco después Ángela estaba a mi lado.
-¡Mamma
mia!-exclamó-Mara, tenemos que convencer a los maestros que nos lleven de viaje
de estudios a Italia-dijo emocionada.
De repente lo
vi. Estaba hablando con Francesco. Bueno exactamente no estaban hablando sino
que estaban discutiendo. Por desgracia no sabía el por qué ya que lo estaban
haciendo en italiano.
Entonces,
comenzó otra vez. Aquellas voces que aparentemente se habían ido para siempre
volvieron a atormentarla. Por desgracia estas voces no venían solas sino que
venían acompañadas con su dolor de cabeza correspondiente.
Juan notó
enseguida que algo malo me sucedía y en milésimas de segundo ya estaba a mi
lado, como siempre.
-Mara, ¿estás
bien?-me preguntó preocupada.
-Más o menos.
Es que desde que he vuelto del instituto no he parado de tener unas migrañas
bastante molestas-dije con voz molesta.
-Ven siéntate
conmigo-me ofreció educadamente. Me senté en un hermoso sofá beige y marrón-¡Daniel!-le
gritó Juan.
Daniel salió
de su pelea familiar y se giró hacia Juan.
-¿Puedes
traerle algo para beber a Mara?-le pidió preocupado-Le duele la cabeza.
Daniel ni si
quiera esperó a que Juan terminara de hablar y en pocos segundos ya estaba al lado
nuestra ofreciéndome un vaso de agua.
-Gracias-le
dije tímidamente.
-¿Te traigo
alguna aspirina o algo para el dolor?-le preguntó preocupado Daniel.
-No, porque
hace unas dos horas me he tomado una y no quiero que me de una sobredosis-le
dije intentando regalarle mi mejor sonrisa-Ya se me pasará.
-Mejor que los
acompañes a tu habitación-le dijo Francesco-Si quieres yo cuido de tu amiguita
mientras tanto.
-Seguidme-dijo
Daniel-Ven Mara-le dijo ofreciéndome su mano. Yo la cogí sin dudar y el me
dedicó una de sus mejores sonrisas- Puedes apoyarte si quieres-me dijo en
susurro apenas audible para mi. Yo me apoyé en él un poco. Su brazo, a veces,
rozaba el mío y cada vez que lo hacía una serie de pequeñas corrientes
eléctricas recorrían mi cuerpo.
Cuando
llegamos a la habitación de Daniel las voces de mi cabeza desparecieron pero,
por desgracia, el dolor no lo había hecho.
La habitación
de Daniel era preciosa. Tenía una gran cama de matrimonio en el centro y en un
lado de la habitación había una bonita cómoda con un espejo. Había también un
pequeño sofá y en una de las esquinas había un bonito escritorio a juego con el
resto de la habitación y sobre este se encontraba un moderno ordenador portátil
y varios libros del instituto pero lo que mas me gustó de la habitación fue la
estantería. Tenía una estantería de cinco pisos y todos estaban llenos de
libros.
-¿Te gusta
leer?-me preguntó Daniel con. Seguramente se habría dado cuenta de que estaba
mirando su estantería fascinada.
-Sí, me gusta
bastante-le dije sonriendo.
-¿Bastante
nada más?-dijo Ángela metiéndose en la conversación-Le encanta leer. Es su
pasión. Si no existieran los libros se moriría-exageró mi amiga
-Si quieres
puedes coger alguno prestado-dijo Daniel señalando la estantería-Pero ahora siéntate
en el sofá y relájate.
-Por primera
vez, estoy de acuerdo con él-dijo Juan.
-Vale. Pero
cuando se me pase el dolor de cabeza me tenéis que dejar hacer algo-les dije un
poco molesta.
A continuación
sus amigos cogieron cada uno una silla y se sentaron alrededor del ordenador
para comenzar el trabajo escrito.
No sé por qué
pero ese lugar me daba tranquilidad. Sentía que en esa habitación no podría
pasarme nada peligroso. Sabía que esa habitación era como una especie de
refugio. Ahora, esa casa era gigantesca y la curiosidad por investigarla un
poco más me estaba matando.
-Dani… ¿Dónde
está el baño?-le dije dulcemente-Es que hace rato que quiero ir.
-Está al final
de este pasillo a mano izquierda. Si quieres te acompaño-me dijo con tono
esperanzado.
-No hace
falta. Vuelvo enseguida-y dicho esto salí de la habitación sin vacilar. La
escusa del baño nunca fallaba aunque tenía poco tiempo así que me puse en
marcha.
Como decía
Daniel, el cuarto de baño estaba al final del pasillo pero en frente de este
había una puerta. Era una puerta antigua y con unos extraños grabados. La
intenté abrir pero estaba cerrada con llave. En cuanto toqué la madera de la
puerta las voces se intensificaron e incluso pudo descifrar una frase.
“Entra”
“Entra” “Entra”…
-¿Querías algo
chica?-dijo alguien con una voz grave interrumpiendo las voces de su cabeza.
Me giré
asustada. Justo detrás de mí había aparecido un gigantesco hombre. Debía medir
más de dos metros por lo menos y tenía todo el brazo izquierdo tatuado. Era el
hombre que el otro día vimos en la ventana de la casa.
-Estaba
buscando el baño-le dije entrecortadamente-Daniel me dijo que estaba al final
del pasillo.
-Ahhh. Tú eres
la famosa Mara. Daniel nos ha hablado mucho de ti-dijo con una sonrisa
torcida-El baño está justo en frente-dijo señalando justo detrás de donde me
encontraba.
-Gracias. Por
pura curiosidad…¿Qué hay detrás de esa puerta?-le pregunté.
-Mira chica.
Puedes ir y entrar a la habitación que quieras pero te lo advierto, cuanto más
alejada estés de esa puerta y lo que hay detrás de ella mejor-me dijo con tono
furioso-Recuerda chica. La curiosidad mató al gato-y justo después se fue
desapareciendo de mi vista.
Ya que estaba
allí entré al baño. Me lavé la cara ya que estaba sudando. Justo cuando apareció
ese hombre las voces y mi dolor de cabeza desaparecieron y estaba un poco
desorientada. La sensación del agua limpiando mis poros me relajó bastante e
incluso por unos segundos me olvidé de todo lo que me estaba pasando. ¿Qué
habría detrás de esa puerta?
Salí del baño
un poco más tranquila y empecé a caminar de vuelta hacia la habitación dónde se
encontraban mis amigos pero justo cuando giré en la esquina que hacía el
corredor me encontré con Francesco.
-Hola Mara-me
dijo con una de sus sonrisas-Parece que ya has conocido al tío Ros. No te
preocupes, da un poco de miedo pero es un buen tipo.
-Sí es que
estaba buscando el baño pero parece ser que me equivoqué de habitación-le dije
excusándome. De repente la distancia entre él y yo se acortó demasiado.
-Tú no ibas al
baño-me susurró seductoramente al oído-Eres una chica muy traviesa. Eso me
gusta mucho- y se alejó de mí.
La próxima vez
te hago un tour por la casa-dijo como si no hubiera pasado nada-Ahora será
mejor que vuelvas con mi queridísimo primo Dani.
No me había
dado cuenta de que ya estábamos en la puerta de la habitación de Daniel.
-Adiós Mara-me
dijo acercando mi mano derecha a su boca y dejando un dulce beso en
ella-Encantado de conocerte-y dicho esto me entregó un papel y se fue escaleras
abajo.
Abrí el papel
que tenía en las manos. En ella había escrito un número de teléfono y una
inscripción que decía: “Francesco Di’Angelo, llámame ;)”
Entré al
cuarto y allí estaban mis amigos.
-¡Mara!-exclamó
Ángela-Creíamos que te habías colado por la tapa del váter. Daniel estaba a
punto de ir a buscarte.
-Ahhh es que
me encontrado a gente por el pasillo y me he entretenido un poco-dije lo más
serena posible-Por cierto Dani-dije mirando hacia él-Tu tío me da miedo.
-¿Has visto al
tío Ros?-dijo asustado-¿No habrás intentado entrar en la habitación que está
enfrente del baño verdad?
Se me cayó el
pelo solo con escuchar esa pregunta. ¿Cómo podía saber que había intentado
entrar a aquella habitación?
-Yo no. He ido
directa al baño y al salir me he encontrado con tu tío y más tarde con tu
primo-cuando dije esto último no puede evitar sonrojarme al recordar la forma
en la que Francesco me había susurrado al oído.
-¿Te ha hecho
algo el salido de mi primo?-me preguntó preocupado- Yo que tú tendría cuidado.
No me gustaría que a mi primo se le fueran las manos contigo-de repente se puso
también colorado dándose cuenta de lo que había dicho-Ni tampoco con alguna de
vosotras chicas. Mi primo tiene ya diecinueve años y está en la universidad y
le gustan mucha las chicas de instituto.
-Pues a mí no
me importaría que tu primo abusara de mí-dijo Ángela con ojos soñadores-Ni a
Mara tampoco-dijo riéndose-Está colorada más colorada que la cara del maestro
de sociales cuando se cabrea.
-Bueno-dije
intentando evadir el tema-Ya se me ha quitado el dolor de cabeza. ¿Por dónde
ibais?-dije mirando la pantalla del portátil.
Dos horas más
tarde ya teníamos casi todo el trabajo escrito terminado. La verdad es que
seguro que nos ponían un diez en el trabajo y además pasamos un rato divertido
haciéndolo.
Ya era hora de
irnos así que todos cogimos nuestras cosas y nos levantamos para irnos. Antes
de irnos apareció una mujer con una bandeja de magdalenas de chocolate. Era
baja y delgada. Tenía el cabello pelirrojo y era muy guapa. Debía tener poco
más de cuarenta años y tenía unos ojos verdes que irradiaban dulzura.
-Chicos,
¿queréis una magdalena?-nos preguntó con tono dulce-Acaban de salir del horno y
me daba cosa que os marcharais sin merendar nada.
Mis amigos y
yo no dudamos en coger una. Eran la magdalena más rica que había probado en
mucho tiempo. El chocolate era suave y los trozos de chocolate eran grandes y
blanditos. Además su interior estaba lleno de delicioso chocolate caliente.
-Las
magdalenas más buenas que he probado en la vida…-le dije parándome ya que no
sabía cuál era su nombre.
-Soy Carmen la
madre de Daniel. Mi marido todavía se encuentra en el trabajo-dijo mirándonos a
los ojos-Volved cuando queráis. Nuestra casa estará siempre a vuestro servicio.
Nos despedimos
de Daniel y su madre con un beso y nos marchamos de la casa.
-Menuda casa
que tiene nuestro nuevo amigo-dijo Soraya-Y menudo primo también.
-A mí el primo
no me gusta nada-dijo mirándome a los ojos-Yo que tú Mara seguiría el consejo
de Daniel y no me acercaría mucho a él.
-Bueno dejemos
el tema para mañana-dije yo- Tengo que llegar a casa y hacer la tarea que nos
han mandado hoy para mañana. Adiós chicos-y entré en mi casa.
Subí a mi
cuarto y me puse a hacer la tarea como les había dicho a mis amigos. Ese día
había sido muy extraño. La casa de Daniel, sus familiares…pero lo que más me
intrigaba era saber lo que había detrás de esa puerta. ¿Qué podía haber detrás
de ella?